Es un curso nuevo y con él llegó un piso distinto. Como dije hace unas cuantas entradas decidí que abandonaría por completo la idea de compartir casa con desconocidos, por eso, al no poder enfrentar el pago de un piso muy grande para mí sola por los alrededores y por ahorrarme el levantarme una hora antes para ir a clase (en realidad creo que el factor que me hizo decidir fue éste y no el alquiler. La vagancia manda) llegué a la conclusión de que mejor me quedaba un año más en la residencia, eso sí, cambiando el tipo de piso, alquilando ahora una tipo D para dos personas, en vez de una tipo T para tres personas (porque aunque el año pasado nos quedáramos en dos, no creo que volviese a pasar nada parecido).
Un consejo para cualquiera que quiera alquilar el tipo D: escoged siempre el primer módulo o el último, así la ventana dará a una zona verde y no a una acera (quien sea tímido sabrá que cohibe bastante saber que la gente está viéndote todo el tiempo).
Aún así, la vida no es un campo de flores y tengo que quejarme de que este nuevo año escolar, la residencia no incluye la almohada (cosa que hasta ahora SÍ. Lo próximo será poner nosotros los grifos porque si cada año nos quitan algo...) y además te ofrecen un trato
Por último, lo que se refiere al primer día de clase... Es muy pronto para poder aventurar nada, pero la impresión es buena y los ánimos vienen renovados. Volvemos un año más, como diría Carlos Gardel con la frente marchita (de los palos que me llevé el año pasado), aunque con fuerza para lo que venga.
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