miércoles, 10 de junio de 2015

¿Compartir piso? NUNCA MÁIS

     Salir de casa de tus padres, casi independizarte, es comenzar una vida nueva. Te dices a ti mismo que ahora serás como tú eres, conocerás a mucha gente nueva y lo mejor de todo: vivirás lejos de tus padres.
     Suena utópico: vivir fuera del "yugo" de tus progenitores. Y de hecho no te lo crees hasta que llega el día de hacer la maleta con todos tus trastos camino de tu nuevo pisito. Y suele ser ese día cuando comprendes el alcance que va a tener este cambio, pues al menos en mi caso, el irme a vivir a Barcelona era una idea que supe que se realizaría a principios de verano pero que sólo fue real cuando el último día decidí juntar a un puñado de gente para decir adiós (y no sin una enorme ración de drama).

      Bueno, dejando de lado que me suelo ir bastante por los cerros de Úbeda... Vuelvo al tema: que sí, que piso nuevo, vida nueva pero hay una cosa clave dentro de cada vida nueva y es quién va a estar en ella, es decir, ¿vas a compartir piso? ¿Y con quién?
Vale, creo que se puede ver por el título de esta entrada que la expectativa se estrelló violentamente contra la cruda realidad (de ahí el tan de nuestra tierra NUNCA MÁIS).
Por cosas del universo, una de nosotras decidió compartir piso con compañeros de toda la vida, y la otra se lanzó a lo kamikaze a probar suerte con totales desconocidas a ver cómo iba la cosa.

      Mi caso fue el del cambio radical, estaba empezando una vida nueva y allá donde iba no tenía ningún conocido (aunque más tarde me enteré que eso no era del todo cierto, pero era ya demasiado tarde), y como Barcelona no es Santiago y no es tan fácil encontrar un estudio individual para poder vivir solo, suele tocar compartir piso a menos que tengas más pelas que el tío Gilito y no te de pena gastarlas (vamos, que te la clavan, pero si compartes os la clavan a varios y como sale a repartir duele un poquito menos).

Al estar matriculada en la Universidad Autònoma de Barcelona, es decir, más lejos de Barcelona ciudad y estaría en Lleida (además de tozuda soy exagerada, pero el primer paso es reconocerlo), tenía que buscar piso en los alrededores, que en este caso eran Cerdanyola, Sabadell, Sant Cugat y algunos sitios más, pero ¡sorpresa! (aunque creo que no sorprenderá a nadie cuando diga que) los pisos eran los más caros que yo había visto nunca y me decanté por la opción de la residencia de la propia universidad, que comparado con los precios de Galicia la cosa es una locura, pero dentro del contexto de Barcelona parece que no era tan exagerado, y además tenía sus ventajas (aunque también tenía sus inconvenientes, como que está un poco alejado de "la civilización"), como el estar a 10 minutos andando de mi facultad (Filosofia i Lletres, Filosofía y Letras para los amigos), que resulta que es la más alejada, o sea que si estudiase en una de las facultades más cercanas sería un chollo, porque resulta que el madrugar es inversamente proporcional a lo cerca que tengas las clases y como yo soy más tipo cigarra que hormiga (léase vaga) me venía que ni pintado.
El tema compañeras... En principio eramos tres, una Mallorquina, una de Barcelona (pero no Barcelona ciudad) y yo; ya desde el primer momento la primera y yo hicimos bastante piña, mas que nada porque teníamos bastantes gustos en común y así siempre es más fácil.
A mediados de curso la Mallorquina y yo nos quedamos solas, en amor y compañía porque la tercera había encontrado unas compañeras de piso con sus mismos intereses y estaba más cómoda. Genial, éramos dos en un piso de tres y seguíamos llevándonos genial: salíamos por ahí, íbamos a conciertos, jugabamos a juegos de mesa... Un mundo de rosas.
Pero éstas cosas suelen ser finitas y después de las Navidades (es decir, después de volver a nuestras respectivas casas y redescubrir lo que es tener una casa bien llevada) nos distanciamos progresivamente. A ver, nunca llegamos a discutir, pero ya no era lo mismo, ahora cada una vivía en su cuarto, cruzando cuatro palabras y no sé por su parte, pero yo hacía ya un tiempo que había dejado de sentirme como en mi casa.
Además, en un cúmulo de vaguedades nunca teníamos la casa como cada una queríamos llevarla: Los días que ella barría yo no podía pasar la fregona; si yo fregaba mis platos ella tenía un examen y no tenía tiempo para hacer lo mismo con los suyos, el sacar la basura recaía en la conciencia de aquel que viese que se iba a desbordar del cubo... Vamos, que el piso era JAUJA, pero no jauja de la buena de pasárselo genial, sino de ésa de la que acabas harto, suplicando para que el año termine más rápido, porque a jauja le habían bailado algunas letras y ahora era más bien una jaula...

      En resumen, por mi parte, sí conocí a una tía genial, tuvimos un flechazo, pero esa mente obnubilada del comienzo que piensa que el desorden da igual va cambiando y al final ninguna de las dos partes está contenta.
Mi consejo es que si puedes escoger, siempre, pero SIEMPRE tengas preferencia por la soledad, no quiero decir con esto que sea una ermitaña de la montaña (aunque algo de eso hay), pero sí digo que la soledad en un piso se puede arreglar invitando a cualquier amigo a pasar la tarde, o incluso comprándote un pez o una planta o mismo encendiendo Skype (que estamos en el siglo XXI), pero claro, nunca podrás hacer que tu compañero de piso se vaya si no quiere hacerlo.
Ahora, en caso de que tengas que compartir sí o sí, yo creo que la clave es buscar siempre a tu contrario: si tu eres un vago, búscate a alguien que te ponga las pilas, vamos, el Ying Yang de toda la vida...

      ¿Qué haré el año que viene? Volver a intentar el compartir piso, ésta vez con alguien de confianza.

Ahora le paso el testigo a Ana:

      Bueno, en mi caso decidí compartir piso con dos amigos del instituto, un chico y una chica (para ellos dos: si leeis esto quiero que sepais que es mi punto de vista, que no lo compartí con vosotros por mi naturaleza y eso). Mi relación con ellos era bastante normal, no éramos "súperamigos" pero nos llevabamos bien, salíamos a veces juntos y esas cosas.

      Al principio, intentaba comer con ellos y estar con ellos y esas cosas de compañeros de piso, pero nuestros horarios lo hacían difícil y mi naturaleza antisocial tiende a convertirme en ermitaña, así que todas esas noches de juerga me las pasaba en casa. Poco a poco la práctica de que las chicas compartiéramos comida y cocináramos juntas se convirtió en teoría por nuestros horarios y días que no comíamos en casa. Él empezó a pasar mucho tiempo en su habitación y ella fuera de casa, y yo que me pasaba todas las mañanas en clase y dos tardes a la semana tambien allí, empecé a recluirme en mi habitación ante la soledad de la casa, empezando a sentirme mejor con la soledad que dejaban al marcharse, que con la soledad del que está, pero no está al mismo tiempo. 
      Este sentimiento fue creciendo, sintiéndome cómoda sólo en mi habitación y evitando el resto de la casa. También comencé a percatarme de lo que es vivir sin padres, no sólo por tener que hacerme cargo de mi misma, sino también por tener que limpiar lo que otros manchan y no limpian, por tener que "amoldarme" a un estilo de vida diferente al mío y tener que vivir siempre con la misma canción sin poder cambiarla, ni haberla elegido. Tampoco era capaz de revelar mis sentimientos a mis compañeros de piso para evitar la confrontación, puede ser que al final los evitara un poco, por cansancio. Mediado el segundo trimestre de mi curso decidieron que sería genial ir a cenar fuera juntos al menos una vez por semana, fui la primera vez, tenía ganas de ir con ellos pero, mi cansancio y el que eligieran días en los que yo pasaba por casa para dejar las cosas, coger otras e irme, acabaron por devolverme a mi habitación; ellos salieron alguna vez más pero, para la que creo fue la última, ya dieron por sentado mi negativa, y eso no acaba de sentar bien...
      Así, llegaba enfadada a mi casa (la de mis padres) casi todos los fines de semana y no tenía ganas de irme a Santiago, ni de salir de mi habitación; decidiendo de manera muy temprana que viviría sola, pues prefería vivir libre en una casa en la que nadie tendría que presenciar mi locura y mis costumbres, a vivir coartada en una casa que no sentía ni mía, ni confortable, ni nada. 
      Mi conclusión tras casi nueve meses en este piso es que para compartir o tienes que estar decidido a enfrentarte a tus compañeros, sea cual sea el resultado, o tienes que ir con tus mejores amigos para que os podáis decir lo que queráis y que no os afecte en más de un día de perrencha, como mucho. Y si no queréis hacer vida en conjunto, no compartáis, no tiene mucho sentido, a no ser que esos sean los términos de convivencia, que cada uno a lo suyo y no se molesta a los demás.
 
      El año que viene viviré en compañía de una perrita e invitaré a mis amigos a venir, pudiendo echarlos cuando quiera, que es lo bueno de que sea tu casa, que se rige por tus normas y si quieres tener un cubo con un cuadro dentro encima de la mesa del comedor, nadie te puede hacer quitarlo de ahí, porque no es su casa, es tu casa.

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