lunes, 8 de junio de 2015

¿Cómo puede uno despertarse en Galicia y acostarse en Cataluña?


Bueno, escribo ya mirando bastante hacia atrás...

      Un día de septiembre ya del año pasado me desperté de buena mañana y tuve que empaquetar todo lo que fuese importante y cupiese en el maletero de un toyota (que no sé cuantos modelos habrá, pero doy fe que el que tenemos en mi casa tampoco es que sea muy grande) y así empezó mi viaje a Barcelona para empezar una etapa nueva...
      A ver, es verdad que no nos fuimos de buenas a primeras, eso es bastante peliculero...
En realidad todo empezó una vez terminada la Selectividad (que en mi caso, fueron las de 2014), mi idea desde pequeña era hacer medicina o biología, pero ¡sorpresa! La vida no siempre va como tú quieres que vaya, y puede que aunque en el instituto y en bachillerato se te de muy bien la biología puede que las matemáticas y la física sean tu cruz.
Bien, como se puede suponer, mi caso era éste, y aún teniendo que pelearme con los números siempre cursé la opción de estudios que me dejase abierta la puerta a mi idea original (vamos, que por intentarlo no sería; aunque hay quien dice que fue más bien por tozuda). al final, de donde no hay no se puede sacar (al menos en mi caso, porque soy bastante obtusa con las matemáticas) y después de una época un poco... turbulenta, con muchos muchos números (cuando digo muchos, es todos los días de la semana al menos una o dos horas de matemáticas, química o física, que aumentaban de manera inversamente proporcional al tiempo que me quedase antes del siguiente examen) y mucho sufrimiento. En mi caso, absurdo porque siendo realistas, yo no iba a ser una de esas excepciones que inspiran películas donde todo sale bien justo antes de los créditos; al final la cosa quedó en una decisión de última hora: No iba a presentar matemáticas ni química (en segundo de bachillerato ya me había librado de física) a Selectividad.

      La cosa fue bien (incluso me atreví a presentarme a alguna asignatura que no había cursado en bachillerato) y sólo quedaba saber qué hacer con mi vida.



      Bueno, la verdad es que la idea de estudiar una carrera entera es una cosa algo vertiginosa... Al fin y al cabo, se supone que si todo sale como debe va a condicionar tu vida. Bueno, yo fui un poco impulsiva, pues aunque valoré muchas ideas y muchas carreras (aunque ahora miro para atrás y me doy cuenta de que fui bastante idiota al no enterarme de ciclos o cualquier otra cosa que no fuese de ámbito universitario...) la primera idea que tuve fue a la que me aferré... Aunque puede que pase como con las preguntas tipo test, casi siempre aciertas respondiendo la primera opción que valoraste como correcta porque si le das muchas vueltas pierdes el norte...
Vale, en resumen, acabé escogiendo Arqueología. ¿Por qué? Pues en realidad, lo típico: era una idea que siempre había estado ahí y que siempre había descartado por ser una cosa muy de fantasía... Y sé que a algunos les sonó como si yo fuese una niña que insiste que va a ser pirata o astronauta, pero bueno, al final hay muchos piratas sueltos por la red, y que yo sepa aún no se han extinguido los astronautas.
      Con esto ya decidido me puse a buscar universidad: ERROR. Vale, suena un poco estúpido que busque una carrera pero no mire universidades pero... pero lo es.
Yo creía que la arqueología sería una carrera que habría en todas las universidades y había pensado en Santiago de Compostela como destino, pero la verdad es que no, al parecer es una carrera experimental y se ofrece en muy pocos puntos (cierto, tengo que destacar que yo vivo en España y que fuera de aquí sí que es una carrera más normal) y Santiago no era uno de ellos (en formato Grado, porque sí es verdad que sí existe un máster de arqueología orientado a los licenciados en historia). Vale, cuando empecé a buscar las universidades me quedé enamoradita de la de Madrid, vi Barcelona como una posibilidad y pensé seriamente en Granada.
Antes de nada, me quedé como reserva en Madrid o sea que la tuve que descartar.
Ahora, en el momento de escoger entre las dos de Barcelona y Granada... La decisión final fue una pura cuestión de márketing (asignatura que por cierto, en Galicia tenemos pendiente, pues no sabemos promocionarnos a nosotros mismos) que tienen en la universidad de la ciudad condal: el primer año no puedes matricularte a distancia, con lo cual debes ir al recinto (cosa que no es necesaria en Granada).
Para las personas que vivimos tan lejos sería lógico preferir la matriculación a distancia, y lo es; pero nosotros quisimos asegurar las posibilidades en las dos universidades y tuvimos que ir a Barcelona... Y ahí está la trampa, te deslumbras con tanto colorido, tantos graffitis reivindicativos en las paredes y tanta gente que ves como un compañero de clase potencial, te intentan embelesar para que te quedes y por lo que yo sé... Lo consiguen.

     Una vez volví a casa tras matricularme en Barcelona (y de entre las dos, la Universidad Autònoma y sin ningún motivo concreto) ya tenía bastante claro que renunciaría a la universidad de Granada... Puede que fuese una decisión apresurada, y a lo mejor no fue la correcta, pero a éstas alturas de la película ¿qué más da?

     Y así es como empezó mi nueva etapa en Barcelona: por una serie de cosas que no salieron del todo bien (vamos, una serie de catastróficas desdichas), pero que creo que no acabaron del todo mal.

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